viernes, 5 de diciembre de 2008

La pena de muerte: llamarada de petate

JUCHITAN, Oax.- Es sorprendente el tiempo que se destina en los medios para discutir un tema que sólo ha servido para desviar la atención sobre el tema más importante en la vida nacional: la crisis económica, la pena de muerte es una respuesta desesperada para los tiempos de crisis, aunque nuestros gobernantes no deberían de dar alternativas desesperadas si no soluciones desde la ecuanimidad.
Indigna la posición del gobernador de Coahuila que en la entrevista que detonó todo este intercambio inútil de opiniones, hablaba como una víctima del secuestro queriendo dar la imagen de un gobernante que está tan cerca de sus conciudadanos que quiere proyectar su indignación y cree que se los gana al tomar una decisión apresurada pero inútil como es la pena de muerte.
Un gobernante que nos representa no necesita gesticular ante los medios su coraje, como una forma de evadir su responsabilidad porque sus policías son corruptos y su sistema de justicia se venden al mejor postor, al querer “asustar” a los delincuentes enumerando todos los epítetos de una pena cruel, se olvida que a estos les da lo mismo porque la justicia les ha dado: impunidad.
Cómo un estado que interviene para pedir indulto cada que un mexicano es sentenciado a muerte en los Estados Unidos pretende siquiera discutir sobre el tema. Qué se puede esperar de un sistema de justicia en donde a un luchador social por secuestrar a funcionarios públicos, como una forma de hacer oír sus justos reclamos, se le sentencia a más de cien años de cárcel y a los delincuentes que una y otra vez asaltan a personas de a pie el poco dinero para subsistencia (no todos son Alejandro Martí) y salen por falta de pruebas.
Qué fácil copiar el método “moderno” de la potencia más grande del mundo y presentarlo como una propuesta de ley que resolverá la ola de violencia que vive el país como lo hace el Partido “joven” el Verde Ecologista, pero que jamás les pasará por la cabeza apoyar una de las alternativas que se utilizan en otros países como la legalización de las drogas, ese sí un verdadero reto para un estado que tendría que tener a funcionarios escrupulosamente honrados y aplicar sistemas de supervisión y control de las drogas dentro de la legalización que desarmaría la base de las mafias, al quitarles su principal ingreso financiero. Pero nuestros gobernantes no se quieren complicar la vida y pretenden dar una imagen de fuerza con una propuesta francamente inservible que sólo sirve, tal vez, para reducir un poco las cárceles saturadas.
Cuando la justicia en este país no le de siempre la razón al que tenga más dinero, cuando el ciudadano pueda acudir a un ministerio público con la plena certeza de que recibirá justicia y no un complicado enmarañado de complicaciones legales propias de un cuento kafkiano, entonces se podrá discutir la pena capital.
La lucha contra la delincuencia fue una decisión apresurada del presidente Felipe Calderón ante la crisis de gobernabilidad en que lo metió el escaso margen de su triunfo y las protestas por el fraude. El presidente desde el principio no supo a que se estaba enfrentando y lo peor nunca no evaluó con lo que contaba, el resultado es esta masacre en donde se sacrifican a tantos policías por la corrupción de los altos funcionarios. La verdad es que la operación limpieza se debió de hacer antes de empezar esta guerra que el estado a todas luces está perdiendo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

José López Santos político y funcionario como pocos

JUCHITAN, Oax.- El asesinato del comandante de la policía municipal, José López Santos, despoja al actual Ayuntamiento de uno de los contados funcionarios, si no es que el único, que sabía desempeñar el cargo que le tocó.
Integrante de la Coordinadora Democrática de Pueblos (CDP), el comandante ya había desempeñado ese puesto durante el mandato de Roberto López Rosado. Además de la experiencia, Santos tenía el liderazgo suficiente para controlar una policía que en los dos trienios anteriores sobresalía por su corrupción y como brazo represor del presidente en turno.
Desde que nos entregó la primicia de que ocuparía la comandancia, se le preguntaba cuáles eran las diferencias del mandato que venía y la que había tenido hacía dos trienios, la respuesta era evidente: el crimen organizado. El también profesor decía que era su principal preocupación aunque no era su responsabilidad si no de las policías federales. Como líder de la COCEI estaba acostumbrado a exigir que el gobierno cumpliera con sus compromisos, en este cargo sin duda apuró al edil para que exigiera una mayor seguridad para el municipio, pero como siempre nunca se le hizo caso, y la prueba está en su trágico final.
La imagen de Santos no es el del comandante montado en una patrulla rodeado de policías, si no de la del líder, del civil, encabezando a sus policías, reteniéndolos nunca azuzándolos, ante las innumerables protestas y plantones de los enemigos políticos del edil Mariano Santana López Santiago. Estaba siempre dialogando o enlazando al presidente con los quejosos, sabía de estas lides porque en otros tiempos el mismo había estado del otro lado.
Aparentemente Santos era un hombre despreocupado, se le solía ver en algún bar del centro, solo y a veces acompañado de una escolta, de las que escaseo sus visitas cada vez más, pero estaba más inmiscuido en su trabajo que los comandantes anteriores: durante el trienio de Alberto Reyna se permitió la corrupción y el abuso de los policías; e incluso se les utilizó para reprimir descaradamente a plena luz del día y ante todos los medios, que exhibió a una policía que se tapó el rostro pero no se tomó la molestia de quitarse el uniforme para balacear y golpear a los protestantes e incluso a los periodistas.
José López Santos fue cuidadoso en el trato con los carretoneros que llegaron incluso a dejar gravemente herido a unos de sus elementos, sin duda alguna él estaba ahí en el momento de la crisis, porque ordenó el repliegue y no el desalojo que era el camino que preferían sus antecesores.
Desde el comienzo de su mandato tomó en serio su cargo, enfrentó al grupo de policías corruptos que se había formado en los dos trienios anteriores, estos lo quisieron “calar”, lo que siguió fue un antidoping general en la comandancia y denuncias penales por sustracción de armas a los policías que desertaron. Por lo menos en su ámbito estaba haciendo su trabajo, aunque los delitos con armas de fuego subieron, tal vez amparados en los nuevos dueños de la plaza.
En enero del año pasado con la caída de Pedro Díaz Parada que controlaba el cártel del Istmo, vendría unos meses después la escalada violenta que anunciaba la irrupción de nuevos jefes, estos crearon un pánico que llevó a la psicosis general, la que nos domina todavía y a la que –con horror- se ha vuelto cotidiano: balaceras, asesinatos, secuestros.
A este ambiente sicótico Santos, andaba montado en el auto de su propiedad, sin escoltas y tampoco lucía arma alguna, cuando había algún incidente grave, llegaba a coordinar a la hora que fuera y una vez terminado volvía siempre solo, a veces lo seguía una escolta que siempre lo perdía de vista. Así era Santos sencillo, seguro de sí mismo, en las veces que dialogamos percibí a un hombre con convicciones muy definidas tanto en lo político como en lo personal. Estas últimas tal vez hayan sido lo que estorbaba a los que lo victimaron.